Este domingo se realizó el entierro del padre Mamerto Menapace en el cementerio del Monasterio Santa María de Los Toldos, el lugar donde vivió desde su juventud y al que consagró su vida entera.
La ceremonia fue íntima, respetuosa y profundamente conmovedora, en sintonía con el legado de quien supo cultivar la fe con palabras simples, ternura y compromiso.

Desde temprano, vecinos, monjes, peregrinos y autoridades locales acompañaron el último adiós. El silencio del campo, los cantos religiosos y la presencia de la comunidad marcaron una despedida serena y espiritual, como su propio estilo de vida.
La ceremonia religiosa estuvo a cargo del obispo Torrado Mosconi y del Abad Osvaldo Donnici, quienes estuvieron acompañados por sacerdotes de la congregación y monjas que se ubicaron al frente, mientras que la iglesia se colmó de vecinos, allegados y amigos de Mamerto.
La misa del cuerpo presente se celebró a las 11 de la mañana y luego sus restos fueron trasladados por Casa Coraggio hacia el cementerio de la Abadia, donde el querido monje fue sepultado.
La Abadía publicó un extenso comunicado donde lo recordó como un hombre “profundamente fiel y admirablemente perseverante”, y destacó su papel como formador, guía espiritual y escritor. “El padre Mamerto nos ha dejado también un regalo muy especial: su notable producción literaria. Por medio de sus libros pudo llegar a todos los ámbitos de nuestro país y también a naciones de otras latitudes”, expresaron desde el monasterio.

La Municipalidad de General Viamonte también compartió un emotivo mensaje tras el sepelio: “Durante más de 70 años, el Monasterio Santa María de Los Toldos fue su casa. Pero su hogar verdadero fue el corazón de quienes lo escucharon, lo leyeron o lo abrazaron en silencio”. Y agregaron: “Su voz seguirá sonando en cada palabra compartida, y su presencia, en cada gesto de amor sencillo”.

Menapace había fallecido el viernes en Junín, a los 83 años. Fue abad, escritor, predicador y referente espiritual en toda América Latina. Su influencia trascendió la Iglesia y alcanzó a generaciones de lectores y creyentes, especialmente a través de obras como Salmos criollos, La sal de la tierra y Catequesis yerbiadas.
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La comunidad benedictina lo definió como alguien que condujo con “mano experta” y sembró fe en cada rincón con humildad y sabiduría. Su partida deja una huella imborrable, pero su legado sigue vivo en las palabras que escribió, en las vidas que tocó y en la historia espiritual del país.






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