Ester tiene 95 años y acaba de volver a pisar el Teatro San Carlos de Junín, después de toda una vida. Lo hizo con los ojos brillando como quien reencuentra una parte perdida de sí misma. Lo hizo con la emoción contenida de quien sabe que está viviendo algo irrepetible.
«¿Alguna vez pensaste que ibas a volver a entrar al teatro?», le preguntó Eduardo Dimarco, responsable de la histórica sala, que la acompañó en esta visita tan especial. «No», respondió ella, sin titubear, dejando caer la palabra con la suavidad de lo simple, pero con el peso de lo profundo.
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Durante la recorrida, Ester caminó despacio, observando cada rincón del renovado San Carlos, ese espacio que alguna vez fue refugio de arte, de comunidad y de sueños. No solo volvía al edificio: volvía a su juventud, a los ecos de las voces y aplausos que alguna vez llenaron la sala.
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El San Carlos no es solo ladrillos restaurados, butacas nuevas o telones brillantes. Es historia. Es reencuentro. Es piel de gallina. Es memoria viva. Es emoción. Es casa.






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