«Café Homero», de Claudio Portiglia

Por Franco Ruiz

El hombre de Arias y Sáenz Peña es alguien que observa a través del vidrio, desde el café, que se sorprende y encuentra belleza en el cotidiano, sin estridencias, pero animándose a mirar, a reconocer los objetos, y en ese sentido la poesía del juninense Claudio Portiglia se inscribe en una tradición latinoamericana que lo emparienta con Baldomero Fernández Moreno o el propio Jorge Luis Borges, en el remedo de los mundos perdidos, orilleros (los frescos del Boliche Amarillo) o los aromas y pinceladas del poema «Junín», donde se recupera una ciudad que comienza a desvanecerse para siempre, pues como dice el propio Portiglia en otro pasaje del libro (Café Homero, 2017), «la vida no sabe de postergaciones».

El estilo en apariencia sencillo de Portiglia, suelta, sin embargo, versos inquietantes: «Caben tantas preguntas en una sola nube que cuando llueve/ uno teme que las verdades se derramen de golpe/ y no sepa qué hacer.»

O este otro: «(…) En la palabra pocillo se abrigan resonancias que desabriga la palabra taza/ tan abierta y obscena», donde aparece una definición posible del poema como «sinfín metafórico».

El hombre de Arias y Sáenz Peña reclama, con justeza -y ya adentrado en un posicionamiento político que apela a pensar sin certezas-, abandonar la inocencia o dejar de imputarle siempre al otro la culpa, para «empezar de nuevo».

«No creo que el amor deba gritarse», acuña, en una declaración de principios, que puede leerse al lado de los últimos versos del libro:

«(…) Si quiero ver el tragaluz en cambio/ es mejor que no fije la vista/ es mejor que deje que los ojos se muevan en libertad.»

 

Junín

 

La vida en Junín sabe a naranjas las mañanas de julio

a salitre que llega del arroyo

o a pan recién horneado en las esquinas

sabe a tilo las tardes de noviembre por las plazas del centro

sabe a música en todos los rincones

y a sellos y a café y a artesanías

y al perfume que exhalan las mujeres más hermosas que he visto

Junín que en una edad fuera epicentro de fervor ferroviario

y mantiene orgulloso testimonio de aquella antigua estirpe

sabe a tinta y a hornos de ladrillo

y a sudor compartido en los suburbios de nutridas barriadas

y a polvillo de harina y a empedrado

y a gol y a pejerrey

Este país tan ancho y tan extenso que he conocido todo

tiene muchas ciudades que cautivan y tientan al viajero

maravillas que atraen portentosas

y pueblos que seducen y conquistan retienen y alimentan

pero después de un largo recorrido yo me quedo en Junín

en estas veredas que me vieron jugar a la pelota

padecer con el asma y con la escuela

caminar con mis libros

resistir con mis hijos la andanada de injustas privaciones

habitar varias casas diferentes

y dejar un latido en cada una parecido al amor

Junín es algo más que este trazado de calles al oeste

es trocha y es fuente y es molino

y no hay nada que pueda parecérsele

a esta patria de uno

 

(In memoriam)

Sé que ahora no estás en ningún lado que no sea memoria / después de aquel mediodía insípido /

sin embargo me gustaría que existiera un lugar / porque pasado un tiempo / encontrarte sería la manera de intentar otro diálogo /

alguna razón que nos explique / más allá de la chata y de los juegos / de una infancia demasiado breve /

qué cosas buscabas que no hallaste / qué cosas esperé que no ocurrieron / y qué perdón nos cabe a cada uno

 

(Los amarilis, mamá)

Allí están / de nuevo como entonces / abiertos rojos como te gustaban / alegrándome un patio ya cansado / recobrando los ecos de otros días / reclamándome el agua que les privo / por puro olvido como ocurre siempre / por pura vanidad / Ellos que sufren / la ausencia de tu mano la caricia / la fresca novedad de un terrón joven / o el sencillo agasajo de otro espacio / igual florecen con las estaciones / como si todavía los mimaras / como si fueras vos quien los habita / quien les habla los rota los protege / quien les prepara el nicho de alimento / o el colchón de humedad o la luz justa / Y aunque no estés y aunque les tardes tanto / se niegan a dejarme el patio solo / se niegan a morir los amarilis

 

1

 

El cielo tenía esta mañana su color habitual

pero me pareció desteñido

después me parecieron desteñidas las cubiertas de los libros en la biblioteca

curioso porque siempre me atrajeron

y hasta las hojas del potus que acompañan mi silencio armonizándolo

después entré en el baño encendí la luz busqué el espejo forcé una mueca

comprendí

 

2

 

El boliche miraba hacia el oeste

quedaba como último exponente de un pasado que fue de pulperías

y adentro la madera y el estaño y las copas ordenadas y los fiambres que colgaban en gancheras

y afuera la llanura y el palenque y algún pingo mascando las argollas y el charque en la vereda con las moscas pegadas al tejido

y el radiador hirviendo de la chata reposando a la sombra

y vos adentro hablando con paisanos que te preguntaban por la escuela

y la caña quemada recortada con tres cuartos de agua de la bomba

porque qué era eso de que pidieras naranjada en medio de la pampa o bidú que es bebida de mujeres

y vos tan hombre con la honda al cuello y el facón de madera en la cintura que te lijara el viejo

 

 

 

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