«El hijo de Gardel», de Juan Francisco Vilches

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Presentación del libro en La Casa de la Cultura (Fotos: Mono Shanahan).

«El rival patea como si su botín fuese el suplemento cultural de Crónica», plagado de metáforas tan ingeniosas como futboleras, el libro se posiciona como un elogio de las particularidades y destrezas del hombre del interior.»

Por Franco Ruiz

Un director técnico que además es actor y lleva a los jugadores al mundo de las tablas (en la tribuna la barra despliega una bandera de Shakespeare); un goleador («El Hijo de Gardel») que canta mientras juega, interpretando desde canciones camperas hasta tangos, «según el trámite del encuentro»; un árbitro justo a quien se le revela, en una final, su destino de payaso («para desdramatizar») y se va con un circo que pasa por el pueblo -aunque por su buena performance «nunca más nadie le gritó payaso a un árbitro»); un entrenador que arma sus estrategias con escarbadientes (los arcos), tapitas de cerveza (los atacantes) y de gaseosa (los defensores), sentado en una mesa del bar Picasso de Junín, y que es invitado a dirigir un cuadro universitario en Escocia para enfrentar a un equipo de fantasmas.
Estos son algunos de los personajes y peripecias que protagonizan «El hijo de Gardel y otros cuentos de fútbol» (Editorial Dunken, 2016), del escritor juninense Juan Francisco Vilches, que regresó para jugar un nuevo partido -en 2009 había publicado «El último wing derecho»-.
Con una escritura solvente, pero que no es pretenciosa, el autor, que además de periodista y escritor fue jugador y entrenador del club Jorge Newbery, retrata el fútbol chacarero, ese «con pierna fuerte», donde «jugaban hombres, tipos con bigote, con pelo en el pecho…», donde «es común que jueguen padre e hijo».
Como afirma Marcelo García en el certero prólogo del libro, «la ficción argentina tiene eso: los escritores son periodistas, abogados, algún comerciante o -en el colmo de la autorreferencia- escritores. Y las intrigas que los envuelven están ligadas con sus juegos de existencia».
Y en «El hijo…» se evidencian, justamente, las habilidades de un lenguaraz que sabe traducir en historias -por momentos fantásticas, por momentos hilarantes, pero siempre emotivas- la dinámica imposible del fútbol.
Y si los relatos recrean el folcore del balompié del interior, los cuentos también acuden a recursos y representaciones propias del cuento campero, como la nostalgia frente al «progreso»; la picaresca («sí quebraron a un rubiecito de Pergamino que se había excedido en gambetas», narra en «La de Blandengues fue mundial») -el fútbol es para los vivos-; y la recuperación de las identidades locales, o sea, el costado humano y social frente al negocio del fútbol.
«El rival patea como si su botín fuese el suplemento cultural de Crónica», plagado de metáforas tan ingeniosas como futboleras, el libro se posiciona como un elogio de las particularidades y destrezas del hombre del interior, hoy borroneadas por la globalización, que en muchos casos, no es más que imperialismo cultural con otro nombre.

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