Dos cuentos del escritor linqueño Ramiro Segovia

Frases finales

En reuniones con amigos, María Fernanda Colins habló de Cristian en varias oportunidades. Desde que conoció a su paciente, hizo visible el gran aprecio que sentía por aquel joven.

Una noche, revisó su correo electrónico y recibió la siguiente respuesta de un colega: “Que tal María Fernanda, ¿cómo estás? Me alegro que estés trabajando en el Hospital Estatal. Coincido con vos, porque para mí también fue una buena experiencia. En cuanto a tu inquietud, la verdad es que nunca traté a Cristian Suárez. Pero escuché algunos comentarios. Me dijeron que el pibe tenía cierto rechazo a los diminutivos o un delirio similar. También me dijeron que sabía muchos poemas de memoria. O algo así. Todo un romántico. Creo que la madre era docente y él un adicto importante. Pero hasta ahí llega mi información. Si es muy importante supongo que podría averiguarte algo más. Saludos”.

La psicóloga Colins analizó los datos recogidos hasta el momento y preparó su ampliación para el próximo encuentro con Cristian.

“Kely” Suárez llegó a su tercera sesión completamente drogado. Por primera vez saludó a su psicóloga con un beso, se sentó y aclaró: “Fumé marihuana doc”.

– ¿Te sentís bien? –preguntó María Fernanda.

–Excelente, ojalá que hablemos de algo lindo –respondió su paciente.

– ¿Qué sería algo lindo Cristian?

–Mi teoría sobre los diminutivos –sentenció “Kely”.

–Adelante, te escucho –dijo María Fernanda mientras apoyó su espalda sobre la silla.

–Hoy temprano me encontré con una doctora que trabaja en la parte de Pediatría. Y le pregunté una duda que tenía. Le pregunté si ella usaba muchos diminutivos con los chicos. Al principio me puso una cara. ¿Imaginate? Media nerviosa me dijo que sí; que usaba palabras como “pelotita”, “autito” y un par más. Sabiendo que me iba a preguntar por qué yo le preguntaba eso, le respondí con otra pregunta: ¿Y los chicos usan diminutivos? Imagínese más la cara. Se hizo la que pensó o realmente pensó, no lo sabré nunca, pero me dijo que no; que los chicos no hablaban con diminutivos. Hoy, creo que estoy muy contento. De esto que le cuento, sigo confirmando algunas cosas importantes. Porque el hecho de que un chico de dos o tres años no use diminutivos quiere decir que para su aprendizaje, para la construcción de su sentido común no utiliza los diminutivos. Si los escucha, los ignora. Cuando estamos conociendo el mundo, somos un filtro permanente de información. Y los diminutivos no tienen una información válida para el significado natural.

–Pero el lenguaje siempre se modifica –aclaró la psicóloga.

–Si, esa es su esencia. El lenguaje ha sido creado para modificarse. Porque si su función básica es comunicar algo, ese algo siempre va a depender de un contexto. Pero cuál sería el contexto de “tesito”, por ejemplo. ¿Sería un té en taza chica? o sea: ¿Un té chico? Si es así, el contexto nunca puede describirse con un diminutivo. Entonces el lenguaje, que tendría que enriquecerse, nutrirse, con los diminutivos se adelgaza y se pervierte.

–Pero todos usamos diminutivos, ¿vos no Cristian?

–Por supuesto que los uso y ya se lo dije. Todos somos víctimas del sentido común. Usted bien debe saber que el sentido común es una construcción histórica, cultural y social. El lenguaje se completa con ese sentido común. Pero al mismo tiempo, ese sentido común es adoptado por la gente que no quiere pensar. Es decir, lo que le estoy diciendo, es que la gente repite cosas sin pensar. Pero esto en algún punto tendrá su fin. La contaminación del lenguaje forma parte del uso pervertido del hombre. Creo que se viene una etapa en la historia de la humanidad, donde el hombre se dará cuenta de la contaminación que está produciendo y transmitiendo.

La psicóloga Colins suspiró profundamente. Del otro lado de su escritorio, Cristian Suárez hablaba con los ojos pequeños y rojos. Realizaba movimientos rápidos con sus manos y hablaba. Y hablaba.

–Más allá de la utopía que genera el futuro, los diminutivos doc, son utilizados por gente que cree profundamente en la eficacia de su recepción. Uno cree que utilizando un determinado diminutivo va a generar que la otra persona entienda con normalidad. Pero esa normalidad está fallando fatalmente. Porque usted, aquella vez, cuando me ofreció un “tesito”, supongo que no habrá tenido ninguna maldad hacía mí. No sabía que yo opinaría todo esto sobre los diminutivos. Si no, supongo, habría tenido mayor cuidado. ¿No? Ahora usted, está encasillada.

–Para, para, para. ¿Encasillada a qué Cristian? Me parece que estas exagerando un poco.

–Seguramente que sí. Pero lo que quiero decirle es que usted, al mencionarme un diminutivo transmitió algo más que la información natural. Usted, al ofrecerme un “tesito”, me acercó una información de usted como persona. Sin nunca haberme dicho nada preciso, creo que usted, como todos, tiene algún dolor tapado y no curado. Al igual que la pésima función del diminutivo, usted, oculta el significado verdadero de las cosas.

–Me parece que estás mezclando mucho las cosas. Todo lo que decís suena interesante, pero supongo que pensarás en que tu teoría es muy poco comprobable.

–Si, ya sé. Como todas las teorías revolucionarias lo fueron en su momento. Qué idiota se va a poner a pensar en los diminutivos. Pero déjeme decirle algo, ya la semiótica ha hecho su llamado de atención. Se ha autodenominado como una base analítica, complementaria y fundamental para las ciencias sociales. Saussurre y Pierce han trabajado sobre cuestiones del significado creando al signo como un importante elemento analítico. Aunque, desde posturas diferentes y complementarias, hay antecedentes claros de gente que intentó coordinar el lenguaje, su función y su correspondiente significado.

Por primera vez, María Fernanda sintió ganas de seguir con la conversación sobre diminutivos. Estaba sorprendida ante la seguridad innegable de Cristian. Pero no se alejó de su trabajo ni de los principios profesiones que la llevaron hasta allí.

–Todo lo que me contás me parece sumamente interesante –comenzó María Fernanda –pero sé que además de tu teoría sobre los diminutivos, también sabés algunos poemas y que tenés otra teoría pero sobre tu muerte.

–Se equivocó en todo lo que dijo. Tuvo máxima efectividad. Usted es tan inútil como los demás doctores. Se pasan una información falsa todo el tiempo. Pero usted no tiene la culpa. Primero, yo no sé absolutamente ningún poema de memoria y no tengo ninguna teoría sobre mi muerte. Le explico y tome nota: quiero reemplazar a mi último minuto de vida por palabras. Vio que se dice que, antes de morir, uno ve toda su vida. Es como una película de tu vida, dicen. Bueno, yo no quiero nada de eso. No quiero ver imágenes de mi vida pasada. Quiero ver palabras. Quiero escuchar esas palabras originarias y que agrupadas, signifiquen algo para mí. En conclusión doctora, si usted quiere ayudarme yo no quiero ver imágenes antes de morir, quiero escuchar palabras y formar mis frases finales.

La doctora Colins recordó la aclaración previa de su paciente al anticiparle que estaba drogado. Alejó su mente del sonido de las palabras, pero siguió observándolo con la mayor atención. Intentó no escuchar aquellos delirios y trató de disimular su interés personal aferrándose a lo estrictamente profesional.

Aunque recordó: “Doctora, si usted quiere ayudarme yo no quiero ver imágenes antes de morir, quiero escuchar palabras y formar mis frases finales”. La oración se grabó en la mente de María Fernanda Colins. La escuchó y la registró como el pedido de su paciente.

La tercera sesión culminó. Cristian se despidió con otro beso en la mejilla. Sonrió ante el rostro de su psicóloga y mantuvo la expresión de alegría hasta cerrar la puerta. Caminó junto a un enfermero por un largo pasillo mientras que la doctora Colins, desde la cómoda silla de su consultorio, sólo pensó en lo extraño de aquel pedido.

Otacuma

1.

En 1920 Gran Bretaña era la principal potencia. Su salida al mar era, para los especialistas de la época, la principal explicación para que el país europeo haya incrementado sus relaciones comerciales con el resto del mundo. Esa ventaja natural le había permitido crecer económicamente durante décadas. Acá en Sudamérica, el territorio chileno, en 1920, poseía una amplia diversidad en sierras y montañas. En el orden político y social, en aquellos años, el mandato presidencial de Julio Arsaguet iba a quedar marcado en la historia.

El 3 de enero de 1920 los presidentes de Chile y Estados Unidos firmaron un convenio ostentoso de explotación minera. En aquel acuerdo político, Chile cedió un importante sector de su territorio a los Estados Unidos para que implemente sus tecnologías. Así comenzaron las excavaciones y las explosiones.

La dinamita que aplicó el grupo de especialistas norteamericanos estaba unida por interceptores que se activaban eléctricamente. El sistema de cableado rodeó las minas con importantes cantidades de explosivos. Y un detonador, ubicado a un kilómetro de distancia, se activaba para generar una detonación considerable. Con ese mecanismo, se destruyó el paisaje y se encontraron miles de minerales de incalculable valor.

Se sabía que Gran Bretaña no iba a dejar pasar semejante negocio. Ante la eficacia económica que provocó el ingreso de los Estados Unidos en el territorio chileno, la potencia europea decidió unirse al proyecto. De esa manera Chile, Estados Unidos y Gran Bretaña crecieron sus economías de mercado y aumentaron en millones de dólares sus ingresos.

A pesar de ser el dueño de las tierras explotadas, Chile fue el país que menos rédito tuvo. No obstante, la explotación minera fue se principal recurso económico durante toda la década del veinte.

El 10 de enero de 1921 el presidente norteamericano Ronald Chester visitó Chile por primera vez en la historia. En su discurso inaugural dejó en evidencia sus intenciones. Ante la comitiva del gobierno chileno y de los medios gráficos, el presidente Chester dijo: “La conexión entre tecnología y recursos naturales marcará el crecimiento de los países que pretenden ser potencia. Chile tiene todo para ser un país del primer mundo. Y nuestra política para los países de Sudamérica, Latinoamérica y America Central es colaborar para que eso ocurra”.

El apoyo de Chester inició una época de bonanzas para el país sudamericano. Todo funcionó de la mejor forma. Chile creció en la escena mundial y le generó un importante ingreso económico a los Estados Unidos de Norteamérica.

El negocio ascendió a la escala mundial cuando en febrero de 1921 el primer ministro de Gran Bretaña, Arnold Champ, envió una circular al gobierno de los Estados Unidos comunicando sus intenciones de adquirir los minerales extraídos sobre suelo chileno. Ante esa propuesta, el presidente Chester viajó al país europeo para concretar el pacto. El acuerdo se firmó el 5 de abril de 1921.

Con el ingreso de un nuevo e importante comprador, Estados Unidos aumentó las tareas de explotación. La dinamita comenzó a formar parte del paisaje cotidiano y los sonidos ensordecedores fueron una costumbre para los pueblerinos de Otacuma, la principal región explotada.

La industria minera se transformó en el principal motor para el ascenso social. Más de quinientos mil ciudadanos chilenos fueron contratados por el gobierno norteamericano. Y cada trabajador minero pudo crecer económicamente gracias a la explotación de las tierras. Pero en un tiempo muy breve, el trabajo sobre suelo chileno iba a encontrar su tragedia, que al igual que su crecimiento económico, no iba a encontrar antecedentes en su historia.

2.

El 10 febrero de 1930 una detonación provocó la muerte de 1.252 mineros en la región de Otacuma. La noticia recorrió la escena mundial: sangre, gritos desesperados, quejidos, súplicas de auxilio y cuerpos humanos destrozados. Otacuma se inundó de dolor. Desde la Secretaría de Minería Chilena, informaron que la tragedia había sido provocada por un accidente técnico. El presidente de Chile, Julio Arsaguet, brindó una conferencia de prensa veinticuatro horas después de la tragedia. En tono conmovedor, expresó ante las cámaras su dolor por las víctimas.

Todo el soporte técnico de explotación minera pertenecía a los Estados Unidos. Por eso una comitiva de ese país arribó de inmediato a suelo chileno. Enviado por el presidente Chester, el grupo de especialistas comenzó a investigar la trágica explosión de Otacuma. Luego de haber trabajado durante diez días sobre la zona de la tragedia, los especialistas norteamericanos informaron que la explosión emitió una “immediate magnification”. Según las pericias, uno de los componentes naturales de la mina explotó al recibir la misma coordenada que la dinamita. Los estadounidenses suponían que el componente hallado era único en el continente americano.

“Lo que sucedió en las montañas de Otacuma ha cambiado nuestra historia. Y este gobierno quiere solidarizarse con los familiares de esos 1.252 trabajadores fallecidos. También quiero dejarles en claro que lo ocurrido el 10 de febrero fue un terrible accidente. Los técnicos se han comprometido y han asegurado que fue una falla en el sistema de explosión”, señaló Arsaguet en una transmisión por cadena nacional.

Los especialistas norteamericanos volvieron a su país para analizar en profundidad aquel componente hallado. Los trabajos científicos se llevaron a cabo con absoluta reserva. Así pasaron nueves meses, hasta que en diciembre de 1930, los expertos mineros elevaron al estado Norteamericano el primer informe sobre el metal hallado en Otacuma.

“El componente natural posee variables peligrosas. Su vacío magnético, genera una rápida absorción de las fuerzas combinadas que provoca el estímulo más próximo. Dicho estímulo, puede ser originado por una combinación mecánica o una simple combinación de electricidad y que, probablemente, una combinación digital también pueda incitar a la explosión. El estímulo provoca en el metal una magnificación inmediata sin precedentes”, confirmaba el texto.

El ingeniero Max Conan, director de la Facultad de Minería de California, luego de observar y analizar el material hallado durante nueve meses, emitió un informe al gobierno de Chester en el que sostuvo: “El metal encontrado en Chile no tiene antecedentes genéricos. La reacción que tuvo ese mineral ante la activación de los detonadores tendrá su explicación en la historia. Por que las herramientas que posee la ciencia minera actual limitan su estudio. El metal hallado provocó una detonación mil veces más poderosa que la propia dinamita”.

El mineral se convirtió en una verdadera prueba para la ciencia de los Estados Unidos. Desde las academias intervinieron los profesores más importantes y el trabajo científico se fue convirtiendo en un verdadero desafío. Así pasaron los años. El trabajo incansable de cientos de expertos fue logrando desmenuzar cada partícula de ese extraño objeto hallado en Otacuma.

Pero el 15 de febrero de 1935 las investigaciones iban a tener un giro determinante y nuevamente trágico. Una terrible explosión ocurrió en la Facultad de Minería de California, unos cincuenta expertos murieron entre las llamas luego de un tremendo estallido.

Por segunda vez, el metal de Otacuma mostraba su poner.

3.

California despertó asustada. A las siete de la mañana la explosión ensordeció a todo el condado. La Facultad de Minería se desarmó en un aire caliente. La indumentaria blanca de los científicos quedó salpicada de rojo. Las alarmas y sirenas se mezclaron con los gritos desesperados.

Antes de la tragedia, en la academia californiana se había comenzado a profundizar en los alcances del mineral como elemento propagador de una explosión. Finalmente, el personal científico del gobierno norteamericano obtuvo un informe fehaciente. Se pudo comprobar el poder reactivo y de propagación del fuego que tenía el objeto de Otacuma.

Se llegó a la conclusión de que una milimétrica porción del material en estudio bastaba para comenzar con una tragedia. Los informes hallados señalaron que el metal, al encontrar una reacción eléctrica, explotaba. Rápido y letal. La porción mínima del mineral de Otacuma poseía la forma de un “grano de arena”. Y con dos de esos “granos”, más una reacción eléctrica, la explosión no encontraba límites.

A pesar de las muertes y del dolor, los Estados Unidos de Norteamérica, bajo el mandato de Ronald Chester y en 1935, descubriría el poder de un elemento que cambiaría la historia de las civilizaciones en el mundo.

Los estudios y la investigación continuaron. A fines de ese año, el gobierno norteamericano ya contaba con la información de que una pequeña porción del metal podía ser activada por una alteración eléctrica, causando una enorme explosión. A eso se agregó que los profesionales de la minería pudieron comprobar, junto a expertos en explosivos, que la reacción del mineral de Otacuma podía propagarse a distancias que superaban los diez mil kilómetros.

Uno año después, en 1936, se supo que el mineral alcanzaba una explosión inicial que superaba los diez mil kilómetros, pero que si al finalizar la expansión había otro metal con el mismo componente y de igual tamaño, la propagación continuaba por otros diez mil kilómetros más y con la misma intensidad destructora.

En 1939 estalló la Segunda Guerra Mundial y Estados Unidos se preparó para auxiliar a Gran Bretaña. En ese contexto, el Ministerio de Tecnología Norteamericano diseñó un nuevo producto de comunicación. Ante la necesidad de crear un arma novedosa, mortal y eficaz, el Ministerio junto al Ejército fabricaron un teléfono con el metal explosivo en su interior. Lograron integrarle la cantidad justa para provocar una explosión de diez mil kilómetros.

Pasaron los años y en 1950 el mineral de Otacuma se insertó en un teléfono al que denominaron “mobile phone”. El pequeño aparato fue presentado como un gran avance tecnológico ante la prensa mundial. Rápidamente el producto se exportó a diferentes países Sudamérica, Latinoamérica y América Central. En menos de 10 años, el “mobile phone” se transformó en la herramienta de comunicación más utilizada por las sociedades.

Cada “mobile phone” se esparció con su chip activador. Así se extendió la trampa, con un mecanismo perfecto. En el 2000, las estadistas del gobierno de Norteamérica aseguraron que de cada diez personas ocho tenían celular en los países del tercer mundo. A partir de allí, la última explosión tuvo sólo un dueño. Para el resto de la humanidad, es cuestión de tiempo. Sólo resta esperar a la tercera explosión del metal de Otacuma.

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