
Por Franco Ruiz
«Allí están, en efecto, el hip-hop desenfocado, el electropop, aires kraut (hay cierta ‘constancia”’ en las percusiones), la sensualidad de la cumbia, el registro indie, todo mezclado.»
Como Juan Román, Diosque da cuando quiere (¿acaso los grandes no son así?). En su último disco, “Constante” (Pop Art y Quemasucabeza, 2014), el compositor tucumano -cuyo álbum debut salió a la luz en 2007 y se tituló “I Can Ción” (PopArt / Sony BMG)- sigue el linaje del pop lúcido argentino.
Pero la genética de “Constante”, que fue saludado por la crítica especializada como uno de los álbumes destacados del año, se presenta inasible, esquiva al canon.
Allí están, en efecto, el hip-hop desenfocado, el electropop, aires kraut (hay cierta «constancia” en las percusiones), la sensualidad de la cumbia, el registro indie, todo mezclado, emputecido, en un juego de espejos que, sin embargo, no es ecléctico -no es un pastiche-.
El caleidoscopio crea dimensiones donde podrían cohabitar tanto el Melero de “Cámara” como los teutones Tangerine Dream, la cumbia electrónica de The Peronists o las tramas envolventes de Moondog.
Pero más allá de la intertextualidad (textos sobre otros textos, discos sobre otros discos) y el bizantinismo de la cultura rock actual, Diosque, con ética marciana, parece haberse caído de un asteroide.
La poética del tucumano, fragmentaria, minimalista, suelta versos inquietantes: “Veo que la rima encandila/ es para desafiarla de noche y de día” (Fuego); “¡Olas!, son especialistas en mares” (Una naranja); “¿y yo qué hora seré?/ para mí que soy las seis” (Soy las seis); “A veces no importa el sabor verdadero/ sino el sabor que dejó” (Bronceado).
El arte de tapa es otra singularidad: un botón -que irradia reflejos dorados- sobre una alfombra ¿Para qué más? El detalle de un ocho acostado podría ser una cinta de Möebius, un objeto infinito.